sábado, 4 de enero de 2014

La duda

Que hipócrita. Tocando la puerta. Que acto de ironía más odioso, ¿tan estúpido me cree?. No hay puerta ni cerrojos que puedan contenerlo. Llevo más de 23 horas huyendo, ahora no tengo aliento ni esperanza.

El día comenzó sin ningún problema, alguien despertándome a través del cristal de mis ventanas, el mismo de siempre. Si, se puede decir que le debo eso. Prendí mi televisión, una mujer sonriente me anunciaba estadísticas de mortandad, algo más sobre fuegos artificiales y otros no tanto. ¿Que puedo decir? Eran los villancicos de mi navidad, no pude hacer más que guardar un minuto de silencio mientras comía cereal y me vestía con esa frialdad con la que cada uno de nosotros se disfraza cada mañana.

Algo comenzaba a molestarme, alguna especie de dolor en un lugar que aun no conozco y quizá no llegue a hacerlo. Tomo el mismo auto de siempre, tarde como solo yo se. Llegué a la oficina con la firme convicción de que sería despedido ese día. No tuve tanta suerte. En estas épocas los pequeños engranes como yo son necesarios para sustituir a los grandes con el derecho de vivir. "Su trabajo es muy importante muchachos, necesitamos que sepan que ustedes son indispensables". Me pregunto si les habrán dicho algo parecido a los anteriores.

La oficina era lo mismo de siempre, un desfile de zombies. Almas en pena con carpetas en brazos. Era claramente distinguible dos clases de zombies. Los que serían enterrados en cajas de madera impregnadas de moho, y los que serían depositados en cómodos ataúdes con lineas de oro. Sacrificaban su vida como si el mundo dependiera de ellos para girar. Nadie les había dicho que su sacrificio no haría que los vistieran de héroes. Nadie dispararía al aire en su funeral, no habrían medallas ni un velorio concurrido.

La revelación me dejo confundido, el dolor se volvía mas agudo y la desorientación comenzaba a nublarme la vista como niebla. Una tormenta de arena, eso debía ser porque no podía encontrar la maldita puerta en un cuarto de 8 metros cuadrados. Necesitaba oxigeno, eso es lo que quería pensar, así que salí como pude. De pronto me arrepentí. A pocos metros frente a mi en medio de la calle yacía Peterson. No necesitaba diez años estudiando medicina para reconocer un muerto y Peterson me lo dejó muy fácil. Con un auto frente a el y un hombre de pie con la cara azul de miedo es una escena que se puede intuir. Peterson, o eso decía una etiqueta en su pequeño cubiculo, era un hombre de la oficina, padre de familia al que oía delirar con esas vacaciones en Italia desde hace un año. Dicen que se encontraba cerca de conseguirlas.

Ahí mi dolor, mi desorientación se convirtió en incertidumbre. Una duda que se comenzaba a definir, alcanzaba a enfocar su contorno y pronto tomaba la forma de una pregunta que no lograba estructurar.
Oh no, yo no iba a ser Peterson, pero mi plan, el de mis padres... ¿Sería capaz de traicionarlo?.
No, no lo iba a hacer, así que decidí huir. No sabía si huía de mi, de mi pregunta o de algo tangible al menos. No sabía si podía encontrar un sorpresivo puño en mi cara en la siguiente esquina o si solamente desmayaría.

La vida era tan sencilla ayer, linea recta, prácticamente de bajada. Quizá triste, pero al final era mi vida, ¿sabes? yo la escogí. ¿O no?. Eso me aterrorizaba. Me encontraba por fin en el sitio donde el camino se divide en más de los que yo conozco. Y yo corría. Corría en sentido contrario, las horas pasaban y lo sentía más cerca de mí, su respiración me erizaba la piel. No iba a permitir que nadie destruyera lo que tanto me costo forjar. Nadie sabe lo mucho que me costó abandonarlo todo. Tenía sueños, tenía intenciones y los guarde en una botella que arroje al mar. Había ganado una tolerancia al criterio propio, una evasión a cuestionar, que me hizo acreedor de dos magníficos divorcios y una dulce adolescente que me odia. Mi vida no podía ser más miserable, pero la escogí. Me gusta pensar eso.

Y ahora estoy aquí encerrado en mi habitación escuchando la puerta crujir, parece que alguien está entrando lentamente. Volteo a la ventana, ya no eres tan amigable como esta mañana, ¿cierto?. Hoy vienes por un motivo diferente. Tus dedos se deslizan por el cristal, rayos de sol. Toca los rincones de mi habitación y me rodea poco a poco como a su presa. Me arrastro al lugar más olvidado, pero me esta alcanzando. El mañana ha llegado y me pregunta "¿Qué harás conmigo?, ¿Qué harás conmigo?". Lo dijo, no necesite mover mis labios, ni reflexionar ni pensar de más, el dijo la duda, la pregunta que me tomó 24 horas averiguar y no fue por mi mismo. La temida pregunta a la que he huido toda mi vida, la que he intentado responder con manuales, con instructivos. Le he dejado el trabajo de responder esa pregunta a alguien más todos los días. Y por primera vez en mi vida me encuentro solo frente a ella. No se cuando comenzó a incubarse dentro de mí, pero fue hasta hoy que comencé a sentirla. ¿Qué haré con este día? ¿que haré con el resto de mis días?. No es esta pregunta la que me atemoriza realmente, sino la que se encuentra detrás de ella como una sombra, la que temía que me encontrara. ¿Qué he hecho con mi vida?.





No hay comentarios:

Publicar un comentario